lunes, 19 de noviembre de 2012

Mini-Mal

http://bogota.vive.in/restaurantes/bogota/minimal/LUGAR-WEB-FICHA_LUGAR_VIVEIN-3630677.html


Más que un restaurante, Min-mal es todo un proyecto que surgió a partir de una preocupación ambiental. Desde la preparación e ingredientes de los platos; el trabajo con proveedores; los empleados que trabajan en el restaurante y el concepto de diseño que se maneja en el lugar, evidencian un interés por hacer un mejor uso de los recursos naturales y por incentivar un encuentro con la identidad cultural colombiana.

El proyecto Mini-mal, o mal chiquito, se sustenta en tres elementos: el primero se enfoca en la promoción de la biodiversidad del país a través de la comida. El segundo está orientado a la inclusión de lo rural, a partir de la integración de personas de diferentes culturas en el proyecto. Y el tercer elemento se enfoca en la incentivación de la creatividad expresada en la recursividad.

Aunque Mini-mal está interesado en resaltar la gastronomía colombiana, en su carta no se encuentran los platos que se han convertido en emblema de nuestro  país, como el ajiaco o la bandeja paisa. El enfoque está dado hacia preparaciones propias de la  cocina del Pacífico o del Amazonas, donde se utilizan ingredientes que son desconocidos por algunos o que tienen una connotación negativa.

Eduardo Martínez, uno de los socios del proyecto, explica que quisieron ofrecerles a sus comensales opciones diferentes, donde incluyen en sus platos productos como la guayaba o el tomate de árbol, frutos que se producen en abundancia pero que son poco utilizados en las cocinas de los restaurantes.

Las personas que lleguen a Mini Mal se encontrarán con platos como: el Arawak Karib, filetes de róbalo apanados en mañoco –harina de yuca- bañados en una salsa picante de guayaba, feijoa y eneldo;  o con platos singulares como No me olvides, una preparación a base de trocitos de pollo en salsa agridulce de cúrcuma, uchuva, albahaca y pétalos de rosa.

De igual forma, se trató de crear una línea de repostería propia, alejada del ícono de la pastelería francesa. Por eso, en Mini mal es posible encontrar variedad de preparaciones a base de harinas -diferentes a la de trigo- de maíz, chontaduro o  de achira, que mezcladas con frutos cómo el arazá o la guayaba han dado origen a delicias gastronómicas propias.

Los licores también hacen parte de la carta de Mini-mal donde se mezclan las bebidas tradicionales con frutos como el maracuyá o el mamoncillo. Éste último hace las veces de la aceituna en el Dry Martínez, una versión criolla del tradicional Dry Martini.
La decoración del lugar está basada en objetos reciclados, convertidos en piezas de diseño que se exponen y que están a la venta. De igual forma, el proyecto incluye un concepto de diseño local donde personas creativas puedan mostrar y comercializar sus creaciones: como el famoso rallo de luz, una lámpara elaborada sobre un rallador, o una cartera hecha con neumáticos viejos.

El encargado de la cocina es Eduardo Martínez, un agrónomo que se interesó por la gastronomía al ver la importancia que ésta tiene como mecanismo para mostrar los valores de una cultura. Aunque ha sido difícil la consolidación de una carta por la logística que requiere el traslado de los ingredientes desde sus zonas de origen, a lo largo de siete años el proyecto se ha ido consolidando a partir de las relaciones que mantienen con comunidades locales, que se han convertido en los proveedores de Mini-mal. 

Martínez explica que por el concepto que maneja el proyecto,  Mini-mal se ha convertido en un punto de encuentro inter-generacional, donde es posible encontrar personas de todas las edades, de diferentes culturas y con diferentes gustos. Pero todos con la disposición de probar cosas nuevas, ingredientes típicos que no han tenido el reconocimiento dentro de las cocinas citadinas.

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